Correr te transmite mil sentimientos diferentes, mil estados diferentes: alegría, tristeza, euforia, agotamiento, dolor, placer, ilusión, desesperación… sensaciones en ocasiones opuestas entre sí, sensaciones que cambian a cada momento, sensaciones llevadas al extremo, para bien y para mal.
Pero con el paso del tiempo me he dado cuenta que si bien eran respuestas correctas no transmitían lo que realmente me gusta del running, el verdadero “Por qué” de todas esas horas de entreno “robadas” al sueño, al descanso y, lo más importante, a la familia. Si verdaderamente me gusta correr es para alcanzar, para encontrar lo que me gusta denominar “el Nirvana del Runner” o “en ocasiones me olvido de respirar”, si me gusta tanto correr es por alcanzar ese momento en el que no siento NADA.
Una sensación que no llega siempre, no tiene horario, no tiene ruta, no tiene sentido y que se lo te das cuenta que lo has alcanzado cuando sales de él. El nirvana del runner es lo más parecido a soñar despierto. Durante un entreno, normalmente en solitario, llega un instante que tu pulso se estabiliza, tu zancada encuentra el apoyo correcto y que tu cuerpo deja de percibir elementos externos como la música, la lluvia, el sol o el viento … el silencio se adueña de tu entorno, no escuchas ni tu respiración. Es un momento mágico que puede durar 2,3,4,60 minutos … en el que avanzas de forma natural, adaptado completamente al entorno que te rodea (sueles lograrlo en entrenos de montaña).
La vida es maravillosa cuando nos dejamos llevar por ella soltando todo lo oscuro, todo lo gris que nos empeñamos en echarnos encima cada día. El running tiene eso, nos permite llegar a un acuerdo con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro entorno para disfrutar de la vida formando parte de ella hasta el punto de no recordar si durante ese tiempo hemos respirado.
Correr, ¿Por qué correr? ¿Qué siento al correr? Qué busco al correr? NADA, es ahí donde soy feliz.
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